El primer encuentro de Charles Darwin con un verdadero desierto y la Tierra de Campeones

A principios del siglo XIX, la región de Tarapacá se encontraba bajo el mandato del gobierno
peruano y tuvo el privilegio de celebrar la visita del joven geólogo inglés Charles R. Darwin
(1809-1882), quien arribaba a las costas iquiqueñas un 12 de julio de 1835. El biólogo y padre
de la Teoría de la Evolución y de la obra “El origen de las especies” posee un gran legado que
incluso se extiende al campo de las Ciencias de la Tierra, específicamente hacia las ciencias
geológicas.

Diego Rojo Martel
Académico de Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad Arturo Prat. Geólogo de
la Universidad Andrés Bello y candidato a doctor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Investigador de la relación tectonomagmática en la Patagonia.

Hace 188 años la región de Tarapacá experimentó uno de los acontecimientos más relevantes
de su historia, un hito que ha sido poco atendido por parte de quienes habitamos la Tierra de
Campeones, a excepción del historiador Don Hrvoj Ostojić Perić, quien a modo personal
construyó el único monumento al padre de la Teoría de la Evolución en frente de la ex-Aduana.
A principios del siglo XIX, la región de Tarapacá se encontraba bajo el mandato del gobierno
peruano y tuvo el privilegio de celebrar la visita del joven geólogo inglés Charles R. Darwin
(1809-1882), quien arribaba a las costas iquiqueñas un 12 de julio de 1835. El biólogo y padre
de la Teoría de la Evolución y de la obra “El origen de las especies” posee un gran legado que
se incluso se extiende al campo de las Ciencias de la Tierra, específicamente hacia las ciencias
geológicas.
A sus 22 años Darwin zarpó de las costas de Plymouth -sur de Inglaterra- un 27 de diciembre
de 1831 para abordar el His Majesty Ship Beagle (H.M.S. Beagle), una embarcación
responsable de estudiar las costas de Patagonia y Tierra del Fuego bajo el mandato del capitán
Robert Fitz-Roy.
El gran amor de Darwin por la naturaleza puede remontarse o haber sido heredado durante su
etapa como adolescente, y posterior a asistir de manera voluntaria a la clase del botánico John
Henslow, con quien estableció una cordial y respetuosa amistad.
Al culminar sus estudios en 1831 con el profesor John Henslow, y probablemente
complementado por el profesor de la Universidad de Cambridge y geólogo Adam Sedgwick, la
intención era que Darwin estudiara los fundamentos de cartografía y geología a bordo del
H.M.S. Beagle. Darwin exploró las tierras chilenas y quedó maravillado por su diversidad
geológica.

En su arribo a Iquique, Darwin alquila dos mulas para ir rumbo a La Noria, un pionero pueblo
salitrero administrado por el inglés George Smith, un personaje que había previamente
administrado las famosas minas de plata de Huantajaya (Guantajaya), y quien por lo además
hospedó esa noche a Darwin.
Tras la reunión con Smith, Darwin retorna al H.M.S. Beagle utilizando una ruta adyacente al
pueblo de Huantajaya. Darwin describe a Huantajaya así: “El pueblo consiste solamente de
casas de mineros, y el lugar está totalmente desprovisto de todo lo necesario”. Y finalmente
menciona en su retorno al H.M.S. Beagle lo siguiente: “Este es primer verdadero desierto que
he visto”.
Luego parte rumbo al Callao con su amigo, el capitán Fitz-Roy, según expresa en el trabajo
“Viaje de un naturalista alrededor del mundo” publicado en 1939.
Es importante recordar que durante el estadio temprano del siglo XIX, Tarapacá experimenta
un periodo de metamorfosis política el cual trajo consigo el desvanecimiento de una economía
basada en la industria argentífera, para iniciar de manera incipiente un escenario económico
dominado por la industria del salitre, y con la participación y/o interés por parte de la corona
inglesa en los recursos naturales de Tarapacá.
De hecho, bajo el mandato de Ramón Castilla Maquesado, oriundo de San Lorenzo de
Tarapacá, se formuló el primer catastro formal de la geografía y geología de la región de
Tarapacá, poniendo un énfasis en el reconocimiento de los potenciales recursos naturales
presentes en su territorio, bajo el mandato de George Smith y William Bollaert, este último,
un químico ex ayudante del laboratorio de Faraday y apasionado por la geología.
El inglés Bollaert realizó una caracterización desde el Norte Grande hasta la Isla Quiriquina, tal
como se aprecia en su obra “Observations on the Geography of Southern Peru. Including
Survey of the Province of Tarapacá, and Route to Chile by the Coast of the Desert of Atacama”
en la revista “Journal of the Royal Geographical Society of London” en 1851.
Además debe haber tenido una fuerte influencia y traspaso de conocimientos con Charles
Darwin previo a su viaje en Beagle, ya que si analizamos el retorno de Bollaert a Inglaterra,
este se vio favorecido con el arribo de His Majestary Ship Adventure (H.M.S. Adventure) a la
bahía de Valparaíso, una embarcación que ancla allí el 2 de enero de 1830.
En ese momento, el H.M.S. Adventure era comandada por el capitán P.P. King, y además se
encontraba entre sus filas de la expedición Robert Fitz-Roy. El 11 de febrero de 1830, Bollaert
expresa: “Me embarqué a bordo del buque de H.M. Adventure, Capitan P.P. King quien me
permitió el paso”.
Durante su retorno, el capitán P.P. King visita diversos lugares, tales como Isla Juan Fernández,
Concepción, Chiloé, Patagonia, Tierra del Fuego, entre otros lugares, y en donde Bollaert
compartió diferentes experiencias y conocimientos con Fitz-Roy. Por lo tanto, la vista de
Darwin en gran parte estuvo influencia por la presencia de grandes naturalistas ingleses,
personajes que se vieron incentivados a llegar a Iquique inicialmente por el interés geopolítico
de los recursos naturales, Huantajaya y el salitre.

Finalmente, me gustaría dejar de manera explícita la apreciación de Darwin sobre la ciudad
que alberga al “Miami chileno”. A primera impresión, el naturalista queda abatido por la
geomorfología de nuestra localidad, la cual técnicamente corresponde a una planicie litoral
que es bordeada al oriente por un acantilado extinto que se eleva hasta los 500 metros de
altura.
En su obra “Viaje de un naturalista alrededor del mundo” incluye el siguiente apartado:
“Echamos el ancla en el puerto de Iquique… La villa, que tendrá unos mil habitantes, está
situada en un llano de arena al pie de un gran muro de rocas, que se eleva a una altura de
2000 pies y que constituye la costa. Nos encontramos en un verdadero desierto. Una vez cada
siete u ocho años, llueve por espacio de algunos minutos… Nada tan triste como el aspecto de
esta ciudad; el puertezuelo con sus insignificantes barcos y su grupillo de casas miserables está
en total desproporción con el resto del paisaje y parece aplastado por éste”.